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Lo que aprendí cuando murieron mis padres y lo que les diría a los que tienen padres e hijos

Actualizado: 6 nov 2020


Por: Mtra Beatriz Adriana Chávez Sánchez

La vida de cada ser humano se rige por eventos inmensamente felices y eventos devastadores; cuando por fin encontramos nuestra pasión en la vida, o nos enamoramos, o nos casamos; cuando nacen los hijos o se casan con alguien que en verdad los ama, son hechos que nos hacen ser inmensamente felices y nos ayudan a sentir que estamos trascendiendo en la vida. La pérdida de un embarazo, de un hijo, de un padre o un divorcio son eventos que nos marcan de por vida y es muy difícil pensar en que algún día se puede volver a disfrutar la vida.


La muerte de nuestros padres nos lleva a la orfandad y no importa cuántos años tengamos, siempre nos vamos a sentir inmensamente desconsolados y abandonados a nuestra propia suerte. Solamente quien ha perdido tanto a su madre como a su padre puede entender de qué se trata esto. Si la muerte de un padre o una madre es un hecho que nos desgarra el alma, que se te muera el único padre o madre que te queda, es un dolor inenarrable.


Cuando murió mi madre, volví a mi trabajo 5 días después. Nunca voy a olvidar el abrazo que me dio una de mis colegas; ese abrazo fue eterno, cálido y supongo que reconfortante. La verdad es que yo seguía en shock y no tenía ni idea de que lo peor estaría por venir. Ella me dijo que ella había perdido a su madre hace 8 años, me lo dijo con lágrimas en sus ojos. Yo no podía creer todavía que mi madre había muerto a pesar de haber ido a su funeral y mucho menos podía entender cómo esta profesora podía estar sufriendo todavía la muerte de su madre que había sucedido ya hace tantos años. Me tardé prácticamente 3 años para sobreponerme a la muerte de mi madre.


Recuerdo que le escribí a un amigo, que ya había perdido a sus padres, diciéndole que, aunque amaba profundamente a mis hijas y mi esposo, no concebía poder volver a ser feliz. 


Ahora que mi padre ha muerto, a prácticamente un año de que él murió, me doy cuenta de que la muerte más dura es la pérdida de nuestros padres viudos. En el momento que murió mi padre, no solo lo perdí a él, también perdí la casa donde yo convivía con mis padres y toda la familia. El proceso fue muy doloroso ya que yo no vivo en la misma ciudad. Así que tuve que ayudar, lo que pude, en una semana. Llevarme cosas de él en la maleta, como un reloj, una camisa o un suéter (para convertirlo en un cojín para abrazarlo cuando lo extrañara), era un intento de recuperar cada parte de mi alma que se iba desmoronando a cada paso que daba alistándome para regresar a casa.


La vida ya no vuelve a ser igual. Cada vez que regreso a mi ciudad natal, siento que no tengo a donde llegar, ya no tengo a mis padres, los que cuidaban de mí, los que nos ofrecían su departamento para dormir ahí, los que cada jueves sacaban, de no se dónde, comida suficiente para toda la familia que iba a comer. Con los que reía y lloraba. Los que corría a abrazar para olerlos y sentir sus mejillas suavecitas en mis labios.


A mis 48 años me convertí en huérfana de padre y madre y los que no son huérfanos como yo, me tratan de convencer que es la ley de la vida y que por mis hijas tengo que salir adelante y debo tener el coraje para disfrutar de mis hijas, de mi marido y de mi propia vida. Efectivamente, es la ley de la vida; los que nacemos algún día vamos a morir, y tenemos que enseñarles a nuestros hijos que la vida sigue, aunque sientas que "te revuelcas del dolor" (así decía mi mamá). 


En mis días más oscuros, me llegué a sentir muy culpable por haber traído dos hijas al mundo porque iban a sufrir los que yo estaba sufriendo cuando se quedaran huérfanas. Pasé varios días con esta culpabilidad y sentimiento nefasto. Hasta que recordé lo que Viktor Frankl, (médico, psiquiatra, judío y austriaco, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz -donde perdiera a sus padres, primera esposa y demás familiares-) padre de la logoterapia, escribió en su obra maestra "El hombre en busca de sentido". Una de las ideas que plasma en este libro, donde narra cómo sobrevivió en el campo de concentración, es que mientras el ser humano no acepta los hechos que no puede cambiar, el hombre sigue sufriendo y esa circunstancia lo domina y le impide sobreponerse. Cuando éste acepta estos hechos dolorosos, es cuando el hombre se empieza a cambiar y busca de alguna manera darle sentido a lo que está viviendo gracias a la actitud tomada ante un hecho traumático o doloroso y de esta manera este ser humano puede salir adelante. En este sentido, se pudiera pensar en un para qué de una vivencia dolorosa, uno puede cambiar de actitud para dejar de ser víctima de las circunstancias. 


En el caso de la muerte de mi padre, yo no pude encontrar un para qué, sino solo un porqué: mi padre murió porque ya tenía 85 años. El para qué lo encontré en el momento que pensé en "para qué" intentar sobre ponerme a esta pena. Y la respuesta fue, para enseñarle a mis hijas que sí, duele mucho cuando los padres se van, pero la vida sigue y hay muchos amigos y familiares que nos esperan para que nosotros los sigamos amando, ellos nos necesitan y nosotros necesitamos de ellos. De tal forma y a manera de reflexiones, para ti lectora o lector, te comento lo que he aprendido en este doloroso caminar y lo que he aprendido al perder a mis padres:


Uno se da cuenta que la vida es muy breve 

Antes de que murieran mis padres, me di a la tarea de crear una fantasía donde mis padres durarían hasta los 89 años. La convivencia no era tan trascendental y me enfrascaba en discusiones vanas. En el momento que mi madre murió, entendí que mi padre no iba a durar mucho y comencé a disfrutar cada segundo con él. Si yo iba 2 veces al año a mi ciudad natal, hoy llamada CDMX (Ciudad de México), comprendí que tenía que ir mínimo 3 veces por año. Si yo les hablaba 4 veces a mis papás por teléfono a la semana, empecé a hablarle diario a mi padre. Y gracias a estos cambios, disfruté mucho a mi papá cada viaje y cada llamada telefónica durante 4 años, 2 meses y 18 días que duró mi papá vivo después de la muerte de mi madre.


Nuestros muertos nos mandan señales

Desde que murió mi madre, he tenido innumerables situaciones que no tengo duda en que han sido señales de mi madre o de mi padre. Como una canción en el momento justo, un olor, una frase o una situación que me ha guiado en momentos duros. Nuestros seres queridos dejaron su cuerpo, solo eso. Ellos nos visitan y hay que estar atentos a sus mensajes.


Mientras más viejos somos, más comprendemos todo lo que nuestros padres dieron por nosotros

Los padres no son perfectos y hay que decirlo. Son seres humanos que tienen errores, malos momentos o viven envueltos en mucha tensión. ¿Cuántas veces en nuestra edad adolescente pensamos que nuestros padres no nos querían? Seguramente muchas veces. Cuando uno crece, vamos madurando y empezamos a mantener a nuestros hijos, nos damos cuenta de que la vida no es de color de rosa y muchas veces la paciencia se acaba o la creatividad no se nos da para lidiar con las deudas o presiones en el trabajo y eso nos puede hacer tener un mal momento al convivir con nuestros hijos. Ahora entiendo que, aunque mis padres no fueron perfectos, hicieron muchos esfuerzos que ahora los agradezco. Y comprendo que somos seres perfectibles, así es que nunca es tarde para no caer en los mismos errores que cayeron nuestros padres. Porque algún día nuestros hijos nos juzgarán de igual manera que nosotros hicimos con nuestros padres.


Tanto agradecer todo lo que nos han dado nuestros padres, como hablar de cosas que nos inquietan con ellos, nos ayuda para irnos despidiendo de ellos. 


SI todavía tienes la fortuna de tener a tus padres, no esperes años para ir sanando heridas o para agradecer todo lo que quieras agradecerles. Una forma de ir preparándonos para dejar ir a nuestros padres es sentarnos con ellos y platicar largo y tendido. Nuestra madurez nos debe de servir para honrar a nuestros padres en vida. Ellos se sentirán muy felices al escuchar un "gracias" 


Como tratemos a nuestros viejos, será como nuestros hijos nos traten

Los hijos nos observan. Si enseñamos con nuestro propio ejemplo a respetar a nuestros ancianos, los hijos aprenderán a tratar con dignidad cualquier persona grande y a nosotros cuando lleguemos a la senilidad. El dicho mexicano de "Como te veo me vi, como me ves, te verás" es la clave para entender que todos tenemos el mismo destino. Si nosotros tratamos con dignidad a nuestros viejos, seguramente nuestros hijos nos tratarán de igual manera. Los ancianos son sabios, son nuestra sangre y nuestra historia, ayudémosles a vivir dignamente sus últimos años. Ayudémosles a planear sus últimos años de vida: si desean vivir con nosotros, o en una casa de adultos mayores, o solos en su casa con cuidadores todo el tiempo. Esto se debería planear muchos años antes, desde antes de que nuestros padres lleguen a ser ancianos, diría yo, para tener suficiente tiempo para ahorrar para pagar la mensualidad de una casa de descanso, anexar un cuarto extra en nuestra casa, o tener suficiente dinero para cuidadoras 24 horas al día. Si esto lo proyectamos de esta forma, estaremos creando una cultura de planeación para nuestros hijos.


El amor está contraído de bellos momentos

Lo que nos dejan nuestros padres al final de sus vidas son esos bellos momentos que pasamos con ellos, cuando mueren nos sentimos perdidos, el tiempo y los buenos recuerdos nos ayudan a cerrar nuestras heridas y poco a poco sobre ponernos. La pena nunca acaba, pero se va espaciando para darle cabida a recuerdos o palabras bellas; situaciones chuscas, o consejos que nos dieron y quedan grabados en nuestro corazón. 


Con la misma vara serás medido

Si desgraciadamente tus recuerdos familiares son más tristes y crees que ni hablándolo los vas a poder sanar, concéntrate en ser figura paterna o materna que nunca tuviste para que tus hijos, familiares o amigos que dejes en este mundo tengan de ti los mejores recuerdos. El pasado ya no lo podemos cambiar, pero el futuro nosotros los fabricamos día a día. 


Hay que agradecer lo que vivimos con nuestros padres

Todas las experiencias sirven, agradezcamos cada historia vivida con nuestros viejos. Si fue una buena experiencia, tratémosla de replicarla -como un viaje o un paseo-. Si fue una mala experiencia, tratemos de evitarla, como cuando nuestros padres no se despegaban de la televisión, o de un libro; tratemos de despegarnos de la computadora, o del celular o de Netflix, si estamos con nuestros padres o nuestros hijos.


El celular se de utilizar solo para videos o fotografías cuando estamos en familia

Cuántas veces nos alejamos de las reuniones familiares por estar clavados en nuestro Facebook o Instagram.

Cuando se van los padres caemos en la cuenta de que ningún Netflix o meme nos hacen tan felices como el video de nuestra madre o padre o los miles de fotografías que tenemos con ellos. No pierdan la oportunidad de tener tanta fotografías y videos de sus papás que puedan. 


Un álbum de fotografías se lo agradecerán sus padres 

Hoy en día se pueden imprimir álbumes fotográficos desde el celular. No hay como regalar un álbum de fotografía a los padres o abuelos donde aparezcan fotos de ellos a lo largo de los años y con toda la familia. Esta moda retro es muy conveniente para nuestros viejitos que "alucinan" vernos con nuestros celulares. Hagan tantos como puedan, para que cuando nos dejen nuestros padres, los abuelos de nuestros hijos, cada familia se quede con uno o más álbumes de recuerdo. 


No pensemos que somos eternos, vivamos cada segundo intensamente

Cuando se murió mi madre, no podía creer que tan rápido se había pasado mi vida al lado de ella. Yo tenía 43 años. Ella murió dormida, mi suegra dice que ese tipo de muerte, Dios se la otorga a los santos. Pues mi madre era un pan de Dios. El caso es que estando en su funeral pensé lo breve que es nuestra existencia y que la siguiente era yo. Ojalá sea yo y no una de mis hijas. Así que, así como pasó de rápido la vida de mi madre, así va a pasar la nuestra, así que no queda más que agradecerle a Dios cada día que amanecemos, amar a nuestros seres queridos y crear recuerdos en el corazón de nuestros seres queridos. 


En memoria de:

Ing. Raúl Carlos Chávez Vega (1933-2019)

Ma. De Lourdes Sánchez de Chávez (1938-2014)



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